lunes, 8 de diciembre de 2008

1. Desde cero


-¿Falta mucho?
Puse los ojos en blanco mientras subía el volumen de mi iPod. ¿Cuántas veces había repetido mi hermano lo mismo desde que habíamos abandonado el aeropuerto? ¿De verdad tenía tanta prisa por llegar?
Yo no. Yo quería poder dar marcha atrás en el tiempo y regresar a España, a mi querida Coruña... Donde estaban mis amigos, mi vida. No había nada que me atara a Forks, salvo el trabajo de mi padre, no quería tener que hablar en inglés diariamente, no quería tener que empezar de cero en un instituto nuevo y mucho menos quería estar separada de todo lo que había dejado atrás. No era justo.
-Ya estamos- dijo la voz calmada de mi madre desde el asiento delantero.
Miré por la ventana sin demasiadas ganas al pueblo que iba desfilando frente a mí. No me importaba la lluvia, por algo venía de Galicia, de echo me iba a resultar más fácil acostumbrarme que si estuviésemos en un Estado más soleado. Desde la ventana, mis ojos se dirigieron a mi familia, que parecía encantada con el cambio, y volví a plantearme si no sería adoptada. Mi madre y mi hermano tienen el pelo casi rubio, ella conjuntado con unos ojos azules y él, con unos grandes ojos castaños. El cabello de mi padre es negro, adornado por algunas canas blancas, y unos ojos como los de mi hermano. Yo no tengo un parecido razonable con ninguno de ellos: mi pelo es demasiado oscuro para parecerse al de mi madre y demasiado claro como para ser el mismo tono que el de mi padre. Y mis ojos tienen un tono verdoso del que todavía no he encontrado de dónde pudo salir. Tal vez soy una alteración genética.
El coche seguía circulando por las estrechas calles hasta que se detuvo frente a una casa de dos pisos pintada de blanco. Mi nueva casa, arg.
El cambio de un piso a una casa me gustaba más, pero aún así, era demasiado extraño.
Miguel, mi hermano, bajó de un salto del coche y corrió hacia el portal con su mochila a la espalda, escapando de la lluvia refugiándose en el porche.
-¡María! ¡Abre ya que quiero ir al baño!- gritó
Menos mal que lo dijo en castellano, porque si no ya habríamos quedado en ridículo delante de nuestros nuevos vecinos. Metí la llave en la cerradura y entré en el cálido interior mientras mis padres empezaban a desargar las maletas. La casa ya estaba amueblada, porque mi padre había venido una semana antes para amueblarla y conocer un poco el pueblo.
Subí las escaleras, buscando mi posible habitación, y encontré mis muebles justo al final del pasillo del segundo piso. Estaban dispuestos más o menos como en mi antiguo dormitorio: la cama pegada a la pared, un escritorio en frente, un armario y un sofá junto a la ventana. No estaba demasiado mal.
-María, baja un segundo- dijo la voz de mi padre desde la entrada. Ya os habréis dado cuenta de que tenemos muy practicado eso de hablarnos a gritos por la casa en lugar de ir a buscarnos.
Bajé a trompicones las escaleras hasta la puerta de entrada, donde mi padre hablaba animadamente con un hombre en silla de ruedas.
-Billy, esta es mi hija- me presentó
Él me miró con una sonrisa amable en su cara, antes de tenderme la mano como saludo.
-Encantada- dije, esrechándosela
-Tu padre me ha hablado de ti.- dijo él
Perfecto. A saber lo que le había dicho.
-Billy te ha traído un regalito de bienvenida- añadió mi padre, haciendo un gesto hacia el coche aparcado frente a la casa, junto al nuestro, en el que estaba apoyado un chico alto, de piel morena y pelo largo y oscuro.
Miré al chico, miré a mi padre, y volví a mirar en dirección al coche.
-¿Me estás tomando el pelo?- pregunté
Mi padre siguió mi mirada y puso los ojos en blanco.
-Jacob no. Yo me refería al coche.
El chico llamado Jacob sonrió y yo me quedé todavía más extrañada.
Aún me faltaba un año para poder conducir en España y mi padre me conseguía un coche.
Me acerqué con precaución al auto, acariciando su carrocería roja.
-Algo me dice que va a terminar en el taller muy pronto...- musité
-No me digas eso después de lo que me ha costado arreglarlo- bromeó Jacob
-¿Lo has reparado tú?- él asintió- Bien, entonces no tendré que pagar los daños.
Él se rió, contagiándome su risa.

1 comentario:

Natalia dijo...

xDDDD
Qué buenísimo lo de Jacob!
Cuelga más!
Besitoss